lunes, 1 de abril de 2013

Nosotros conducimos por carreteras estrechas


Nosotros conducimos por carreteras estrechas
de estas con muchas curvas
con perros en las cunetas
que te ladran
y te persiguen
de estas que están cubiertas
por los dedos que el bosque
extiende sobre ellas
por carreteras peligrosas
en las que un coche no puede dar la vuelta
solo queda seguir adelante
y a veces, solo a veces
llegamos a lugares mágicos
lugares pequeños y escondidos
y vemos cosas fantásticas
¡Grandiosas!
Vemos pueblos desde lo alto
con sus luces naranjas parpadeando
delineando carreteras
por las que corre algún que otro coche
serpenteando, guiñándonos sus rojas luces
y vemos el mar
desde rocosos acantilados
y el sol tumbándose sobre el
y la vida.
Cuando encontramos de nuevo
el camino de vuelta a nuestras casas
ya de noche cerrada
y enfocamos conejos y ratones
que cruzan corriendo sobre el asfalto
nos miran y les brillan los ojos
pero nosotros volvemos
de todas formas.

Silvestre Santé.

miércoles, 27 de febrero de 2013

El cuidadoso joven


El cuidadoso joven, tomó unas diminutas pinzas. Recogió con un cuidado inmenso un pequeño engranaje que reposaba en un pañuelo, sobre la impoluta mesa. Lo acercó lentamente hacía la caja de mecanismos abierta de un viejo reloj. Era la pieza clave. La última e imprescindible pieza.
Acercó una lupa a su ojo izquierdo y terminó la operación.

Falló. El pequeño engranaje se le resbaló. Bajó contorsionándose entre la delicada maquinaria y se perdió. Se quedó quieta. Descansando bajo milímetros de compleja maquinaria.
Sería imposible recuperarla sin desmontar completamente el reloj.
El trabajo de una semana perdido.

El cuidadoso joven no se enfado. No gritó. No maldijo. No lanzó objetos contra la pared.
Se levantó. Se pasó un pañuelo por la cara para secarse el sudor. Se dio cuenta de que necesitaba afeitarse.
Miró a su alrededor y vio su habitación. La cama sin hacer, ropa tirada por el suelo, polvo en los rincones y en medio de todo aquel desorden, su mesa.
En un extremo una pequeña pila de libros cuidadosamente alineados. En el otro unos cuantos relojes en su lugar exacto. En el centro, el reloj que acababa de dejar, descansando sobre un pañuelo sin una sola arruga. A su alrededor, diminutas tenazas, pinzas y destornilladores.
Ni una mota de polvo.

Al cuidadoso joven no le gustaban los contrastes.
A la luz de ese hecho, tenia dos opciones. Desordenar su mesa u ordenar el resto de la habitación.
Se decanto por la última opción.
Hizo la cama, recogió la ropa sucia y barrió hasta el mas pequeño rincón de su cuarto.
Una vez hubo terminado, entró en el baño. Se mojó la cara y comenzó a afeitarse. Unos cuantos gestos rápidos y precisos. Un poco mas de agua. Listo.

Miro su reloj, tras cuyas agujas podía ver la maquinaria moviéndose graciosamente. Esto le produjo una pequeña alegría.
Esta, fue sustituida tan solo un segundo después por una pequeña angustia. Las manecillas del reloj le decían que le quedaban tan solo unos minutos. Tras ellos, frío, ruido, suciedad, desorden. La calle.

Tras cuatro horas de clases volvió a su habitación. Ya estaba oscuro. Recogió de su carpeta unos folios. Le agradaron. Cubiertos de finas y delicadas letras, agrupadas en rectas lineas que a su vez se colocaban ordenadamente para formar párrafos. En un pequeño rincón de su mente, donde su ego dormía, los consideraba una pequeña obra de arte. Algo bello
Abrió un archivador sobre su estantería y los colocó allí. Exactamente tras los que había puesto el día anterior.
Se sentó en su silla y encendió el flexo. Tenía las manos sobre las piernas. Sus ojos se posaron sobre el reloj abierto. No le agradaba. No era armónico.
No le disgustaban las horas que tendría que pasar desmontándolo y volviéndolo a montar. No era eso. La mente del cuidadoso joven se puso a pensar en su disgusto.

Tras cierto tiempo, comenzó a escuchar un pequeño rumor. Levanto la vista. Vio a sus relojes. Moviendo las manecillas. Cada uno a su ritmo. Con diferencias de décimas de segundo.
Después de todo, sus queridos relojes no eran perfectos.

El cuidadoso joven coloco una mano sobre la mesa. No pensó. No recibió ninguna orden de su mente. Actuó por el algún rincón mucho mas primitivo y salvaje.
Movió su mano arrastrando el reloj en el que había estado trabajando. Cayó. Sus pequeñas piezas se esparcieron por el suelo. En desorden. Algunas incluso rodaron unos centímetros, antes de caer rendidas de lado.

El cuidadoso joven estaba sorprendido. Incluso abrumado. La noche triste y monótona, como todas las noches, pegó un salto, reventó en una fulgurante e inexplicable lluvia de millones de colores. Colores que no recordaba. Colores que ni siquiera sabía que existían.
Al cuidadoso joven le agrado. Al cuidadoso joven le pareció bello.

El cuidadoso joven, bueno, dejó cuidadosamente sus relojes reducidos a chatarra.


¡Te encuentro!

Te has perdido
dos años sin ti
como has estado tan lejos todo este tiempo
tan lejos de ti
tan lejos de mi
tan lejos de este lugar sagrado
de este lugar
¡Mágico!
y lo encuentras ahora
ahora que no lo recordabas
¡Ahora que ni siquiera lo recordabas!
y pensar en ti
en aquel tu
te hace necesitarlo
¿Te hará serlo?
realmente lo necesito
¡Me reencuentro!
me uno a ti amigo perdido
con toda mi alma
con las notas de la trompeta que te hicieron desear a Damián
con la curiosidad y el morbo que te llevaron a Victor
con la curiosidad y el deseo de ser normal
que te llevaron a amar a Helena
con aquel fulgor juvenil
¡con aquella reverencia!
con la que admirabas a la otra Helena
con tu arte que ya no es mi arte.

 ¿Construiras uno nuevo?

 Construiré uno nuevo.